Cuando El Erizo Albino me propuso hacer la crónica de un concierto, me entraron sudores fríos. Eran sudores distintos a los que empapaban la camisa de Xoel López un sábado en La Riviera. Los suyos eran el resultado de dejarse el alma encima de un escenario. Los míos, de mi nula experiencia en el arte de escribir sobre música. Sigue leyendo
