Tenía 6 años cuando vi mi primer concierto. Corría el año ’89 y nuestras madres decidieron llevarnos a una amiga y a mí a ver a Mecano, que hacía parada en Alcalá en medio de la gira de Descanso Dominical. Recuerdo que mi yo canijo intentaba repetir lo que la gente cantaba a su alrededor -generando por el camino estribillos inventados- y alucinaba viendo cómo Nacho Cano tocaba el teclado con una mano mientras con la otra sujetaba un plástico que le protegía de la lluvia. El flipe me duró semanas.