Maika Makovski, su búnker y la magia de huir de lo convencional (Inverfest, La Sala – 24.01.2025)

Son casi las 22.30 y esto en teoría se ha acabado. Es un concierto sin bises, casi una veintena de canciones disparadas del tirón, sin respiro ni anestesia. Energía y locura a partes iguales. Pero el público tiene otro plan y en la sala, a pesar de que los músicos ya se han despedido con una sucesión de reverencias, no se mueve nadie. Al revés. Siguen los aplausos, los vítores y las peticiones de más. Y, al final, a la protagonista de la noche no le queda otra que regresar, emocionada, con una sonrisa que no le cabe en la cara y las lágrimas amenazando con caer. Son casi las 22.30 de la noche en la capital y Maika Makovski lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a dar un concierto magistral, en la enésima vuelta de tuerca de su carrera, en la enésima muestra de que lo convencional no va con ella y que no le vale con hacer ‘lo mismo’ por muy bien que eso funcione.

Bunker Rococo, el noveno largo de la mallorquina, no es un disco fácil. Ni de crear -obviamente- ni de escuchar. Y no juega a priori a su favor venir de un trabajo tan directo, tan inmediato, tan disfrutón -especialmente en directo- como Mk Mk. Pero da igual. Y en Madrid vuelve a encontrar una sala prácticamente llena, que la espera con los brazos abiertos, muy abiertos. Poca duda le va a quedar al final de la noche.

Pasan pocos minutos de las nueve de la noche cuando ella y los siete músicos que le acompañan en directo en esta nueva locura hacen su aparición sobre el escenario de La Sala. Igual que sucede en el disco, la noche arranca al ritmo de «Muscle cars». Aunque aquí no hay baile de músicos ni cambios de instrumentos como pasara en la anterior gira, vamos a seguir sin saber dónde mirar durante los ochenta minutos de intenso directo. Porque, a la siempre magnética presencia escénica de Maika, se une una banda de músicos que viste a la perfección las composiciones de la mallorquina, ya sean las más recientes o aquellas que se han ganado el título de clásicos en su repertorio. Es difícil no quedarse mirando embobada a los vientos de Guillem Serra y Francina Mercadal desde el fondo del escenario, o al violín de Aleix Puig -responsable, además, de los arreglos- y la viola de Úrsula Amargós, que cubren ambos flancos -y de cuya intensidad es buena muestra alguna cuerda rota durante el show -. Desde nuestra posición confesaremos que tenemos dificultad para ver, que no para oír, a Bobbi Relac y sus guitarras -aquí una que se quedó especialmente enganchada al inicio de Language- y a Pep Mula marcando el ritmo a la batería, y hemos aprendido que eso es algo a mejorar por nuestra parte para la próxima vez. El conjunto lo completa la única pieza común con la anterior gira, un Dani Fernández sobrio, completamente de negro, contribuyendo con su bajo a dar cohesión al todo.

El arranque del show llega centrado en las nuevas composiciones, que van a vertebrar todo el espectáculo. Y, así, del inicio con “Muscle Cars” vamos a ir pasando por temas como “A.I.”, “Exotic ingredients” o “The Brotherhood”, hasta que con “Body” llega el primer vistazo al pasado. Aunque quien no conozca el repertorio de la mallorquina probablemente tendría dificultades para discernir lo nuevo de lo antiguo, porque las canciones se van enlazando sin fisura, con un concepto y una sonoridad comunes que crean un potente hilo conductor. Buena parte del mérito es sin duda de los magníficos arreglos de Aleix Puig, pero también de un conjunto de músicos al que se nota ya compenetradísimo a pesar de que éste es sólo el tercer concierto de la gira.

La extravagancia de “The Spanish Inquisition” resulta absolutamente hipnótica en directo y esa sensación de caos y desorden se vuelve un auténtico espectáculo sobre las tablas y, son tantas las cosas que suceden en los casi cinco minutos de canción, que ahí sí que resulta difícil decidir dónde mirar. 

“When the dust clears” devuelve la mirada al pasado y es, además, la antesala al único invitado de la noche. Aunque teniendo en cuenta que fue parte esencial de la gira Mk MK, llamarle invitado se nos hace un poco raro. Y cuando Sam Bredikhin se sube al escenario y se coloca, guitarra en ristre, junto a Maika, vuelven a hacer gala de la complicidad extrema y del buen rollo que existe entre ellos para regalarnos una enérgica “Love you till I die” durante la que no paran de sonreír. 

Aunque los arreglos dan esa sensación de unidad a lo largo del concierto, el repertorio, igual que el álbum -y, en realidad, en general la carrera de la mallorquina hasta ahora- va transitando por distintas atmósferas, y así, de la energía más guitarrera de “Reaching out to you”, pasamos al tono sombrío, casi angustioso de “Syrinx” y de ahí a dejar salir a los monstruos en “B Series”.  “My head is a vampire” y “Hunch of the century” van insinuando el final de la noche, para el que hay reservadas dos de las imprescindibles en el repertorio de la mallorquina, “Language” y “Lava love”.

Entre presentaciones y ecos de despedida, desde el público se escucha -muy clara- una petición; parece que no somos los únicos que nos acordamos de Chinook Wind -quizá algo tenga que ver volver a Aleix Puig sobre el escenario- y el grito de “Makedonija” es un guante que Maika recoge al vuelo – “¡Hala, Aleix! ¡A arreglar!”- y que le sirve, además, para contarnos las dudas que están mostrando algunos promotores para programarlos en sus festivales… por miedo a que la propuesta provoque sopor en el respetable. No creemos que haga falta decir mucho sobre la sensación generalizada de incredulidad entre un respetable que en los últimos ochenta minutos ha sentido muchas cosas y ninguna remotamente cercana al sopor.

Entre nuestra incredulidad y la delicadeza de ese “The Door”, que sirve para ir bajando revoluciones y dejarnos con una cierta sensación de paz, llega el cierre oficial. Y como no podía ser de otra forma, la reacción final del público es la de las grandes noches, ésas en las que todo el mundo tiene claro que acaba de presenciar algo muy, muy especial, y que la huida de lo convencional y ese esfuerzo continuo de Maika por buscar nuevos caminos nos ha vuelto a llevar a lugares a los que ya estamos deseando volver.

Y aunque son las diez y media de la noche y esto es un concierto sin bises, Maika acaba regresando a las tablas para alargar un poco la celebración. Y entre los vítores, los aplausos y la inevitable emoción, se cuela un recado -y una peineta- a cierta parte de la industria musical y la turbiedad de cosas como las listas en ciertas plataformas de streaming, antes de que llegue el regalo de la noche. Suena entonces “Song of distance” a guitarra y voz, que, a pesar de la mallorquina -que mira varias veces al lateral del escenario para ver si puede arañar algunos minutos más-, se convierte ya sí en el broche final a otra noche para el recuerdo. 

Cuando abandonamos la sala, satisfechos y muy sonrientes, sabemos que no somos los únicos que estamos planeando ya nuestra próxima visita al Bunker.

P.D. En esta ocasión, íbamos ‘desarmados’; el poco material gráfico que tenemos es del móvil y no le hace justicia pero confiamos en que recoja al menos algo del espíritu de la noche.

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