Quien escribe estas líneas está todavía en una nube por lo vivido la noche del sábado en Roquetas de Mar. Y la responsable de esa sensación es una única persona, Luz. Porque sí, estuvo acompañada de muy buenos músicos, con sonido, iluminación, escenografía y vestuario maravillosos, y todo lo demás que aporta una buena producción. Pero todo eso, lo que hace, es potenciar algo sin lo que todo lo demás no tendría sentido, el talento y la capacidad de la gran cantante Luz Casal.
Porque la placa conmemorativa de la Butaca de Honor bautizada con su nombre en el Teatro Auditorio de Roquetas de Mar tenía razón; Luz es una gran cantante, no sólo porque cante bien, sino porque es capaz de transmitir, de hacer llegar el sentimiento que expresa cada tema que interpreta.
Pero vamos a centrarnos en el concierto en cuestión. El sábado 23 de marzo, después de meses esperando la fecha, servidor puso rumbo a Roquetas de Mar, para asistir al concierto. Yo acudía a la cita sin compañía, algo impensable para muchos, pero no estaba dispuesto a perder esta oportunidad. Para que os hagáis una idea de la ilusión que me hacía, tengo que deciros que desde Sencilla alegría (EMI, 2004) llevo comprando cada nuevo disco de Luz, y no había conseguido hasta la fecha cuadrar una cita para disfrutar de su directo; siempre que venía a Almería o cerca, o yo estaba fuera o tenía algún compromiso ineludible.
Sentado en mi butaca, en la que me vi obligado a adoptar una postura algo retorcida e incómoda (para no hacer un «man spreading» ni molestar al señor del asiento de delante porque al chocar mi rodilla con su respaldo le molestaba), esperé impaciente el momento del comienzo. Cuando por fin se apagaron las luces, comenzó a sonar la música mientras Luz y sus músicos se ocultaban tras una tela roja traslúcida. Iluminados desde atrás, el juego de sombras era bastante efectista.
El tema elegido para abrir la velada fue el que da nombre al último trabajo de la gallega, Que corra el aire (Warner, 2018). Y justo cuando llegó el momento del estribillo, cayó la tela y cambió la iluminación, dejando ver a los moradores del escenario, otro golpe de efecto muy resultante que vino acompañado de un gran aplauso por parte del público al encontrarse por fin cara a cara con la artista. Luz apareció ataviada con un abrigo de plumas, que acentuaban los movimientos que acompañaban a un tema tan rockero como el que estaba interpretando.
Tras el tema, se liberó del abrigo y dejó ver una especie de vestido camisero trasparente con bordados, acompañado de blusa y pantalones de cuero, todo en riguroso negro. Tras saludar al público e indicar que iba a centrar esta primera parte del repertorio en su trabajo más reciente, volvió a retomar el concierto.
Tengo que confesar que me sorprendió que el tercer tema de la noche fuese «Lucas», tema que además presentó contando la historia que hay tras el mismo. Yo, que simplemente escuchándolo en el vinilo siempre se me hace un nudo en la garganta, empecé a llorar con los primeros versos de la canción. Pero, como en la vida, hay que sobreponerse y continuar, y el concierto siguió repasando temas del disco en custión. Así, en este tramo sonaron temas como «Días prestados», «Volver a comenzar» o «Tanto ruido».
Para el segundo tramo del concierto, Luz desapareció escasos 2 minutos del escenario y volvió con nuevo vestuario, luciendo un vestido corto de cuero y lentejuelas y un pequeño bolso para poder llevar la petaca del sonido. Me imagino que tras bambalinas sería como los boxes de la Fórmula 1, porque me impresionó la rapidez. En este segundo tramo comenzó el repaso a toda su carrera. Algo que a priori se me antoja harto complicado, pues hay mucho para elegir entre tanto repertorio. Sin embargo, Luz supo ajustar bien la mezcla, combinando en el segundo tramo algunos éxitos melódicos con una mayoría de éxitos rockeros. En este bloque pudimos disfrutar de «Un nuevo día brillará», «Sentir», «Loca» o «Rufino».
Si la emotividad de Luz se acrecentaba en los temas más melódicos, la energía y poderío que transmitía en los más rockeros no se quedaba atrás, llegando a hacer el molinillo con el pelo, algo que me recordó a mi amiga Maribel, de larga melena y actitud rockera. En este tramo mucha de la gente del recinto se puso en pie a bailar.
Luz volvió a desaparecer de escena unos minutos, para regresar con nuevo vestuario, un elegante vestido largo negro con un adorno rojo en el hombro derecho. Abrió este tramo con «Ámame», del disco homenaje a Dalida publicado en 2017. Volvió a reinar la parte más melódica, sonando así tanto grandes éxitos de siempre -«Piensa en mí»- como temas más recientes -«Morna»-. El broche de oro vino de la mano del tema que cierra el disco más reciente, «Amores», y que sirvió también para homenajear a una gran artista que, al menos en opinión de quien escribe estas líneas, no recibió en vida el reconocimiento y éxito que merecía, Mari Trini.
Finalizado el concierto, el director del Teatro Auditorio, junto con el Alcalde de Roquetas de Mar, otorgaron a Luz un recuerdo conmemorativo de la Butaca de Honor bautizada en su nombre en dicho teatro.
El balance de la noche no puede ser más positivo. Para alguien que va con unas altas expectativas a un concierto, que el resultado sea que la artista en cuestión coja tus expectativas, las pulverice y te demuestre que la realidad es mucho mejor de lo que esperabas, no tiene precio. Si alguien pensaba que las entradas eran caras, desde aquí le digo que mereció la pena cada euro invertido, palabra de honor. El único problema que tengo ahora es que no sé cuándo podré volver a tener oportunidad de disfrutar de nuevo con el directo de Luz.