Hace veinte años, había dos bandas mañas que prácticamente monopolizaban mi banda sonora. No sé si habría llegado a una sin la otra, y el nexo en mi vida y en una época muy concreta es innegable. Marcaron unos años que recuerdo con muchísimo cariño y me dejaron para siempre un puñado de amigos repartidos por la geografía española, unos cuantos aún hoy absolutamente imprescindibles en mi vida. Y canciones, claro, muchas canciones que aún hoy sigo escuchando con cierta frecuencia y que, en el caso de una de las bandas, no pensé que volvería a escuchar en directo. Pero entonces llegó el 26 de enero.

Hace algo más de dos décadas, Santi Comet, que llevaba un tiempo siendo el teclista de Amaral en las giras, le contó a unos amigos que se iba a centrar en su propio proyecto y quedó en avisar cuando echaran oficialmente a andar. No pasó mucho tiempo y en otoño de aquel mismo año llegaron los primeros bolos. Creo que es la única vez en mi vida que he sido fan antes de si quiera escuchar una nota. Fuimos aquella primera vez a ciegas, pero con ganas de dar apoyo, de estar ahí; y en el segundo concierto ya cantábamos «En la línea dos» como si la hubiéramos oído cientos de veces. Estábamos convencidos de que era un hit.

Echaron a andar así Los Peces y fuimos disfrutando de cada paso. De aquellos primeros bolos en sitios como el Café del Foro, la sala Staff o el café La Palma; de las primeras maquetas -que confieso que no había vuelto a escuchar hasta estos días-, el primer disco y los bolos cada vez un poquito más grandes. Resulta un poco osado decirlo,  hasta presuntuoso, porque, en el fondo, lo único que habíamos hecho era escuchar y estar ahí, pero, de alguna forma, lo sentíamos también un poquito nuestro y no nos queríamos perder nada. E hicimos todo lo posible para que así fuera. Yo, que en aquella época empezaba a conocer el circuito de salas de la capital, descubrí una forma de vivir la música, más cercana, más directa, más de verdad. Hubo muchos momentos para el recuerdo, pero, cuando echo la vista atrás, me cuesta no pensar en noches como aquella, en la imponente lonja medieval de Sos del Rey Católico, en la que compartieron escenario con Amaral, dentro del desaparecido Luna Lunera. O en las dos últimas, sabiendo que lo eran y haciendo todo lo posible por disfrutarlas como se merecían -recuerdo perfectamente como, al final de la penúltima, en el Teatro Lara, una persona de la sala se me acercó y me dijo «Lo has disfrutado bien, ¿Eh?»-.

De aquello han pasado ya casi quince años y volver a escuchar aquellas canciones en directo no parecía ni remotamente probable. Y entonces llegó el bolo en el Búho Real. Confieso que a una parte de mí le daba algo de respeto dejarse llevar por la nostalgia; aquello de no volver al lugar en el que fuiste feliz. Pero me duró menos de un minuto y, desde el momento en que nos reencontramos con Clara a las puertas de la sala, supimos que iba a ser otro recuerdo para la colección. En ese domingo de enero, ella, Clara Téllez, 50% de Los Peces, y David Negrín -Perro Flaco- iban a compartir escenario y canciones, algo que en sí no era del todo novedoso. Lo novedoso era que, por primera vez desde aquella primavera de 2010, iban a volver a sonar en directo algunas de aquellas canciones. Y yo iba a volver a disfrutarlas -y cantarlas- como entonces, aquellas que no recordaba haber vuelto a escuchar -como Muñeca tatuada-, las que estuvieron desde el principio -como «En la línea dos» o «Nuestro final feliz»- e incluso mi favorita de siempre, «Una mañana más».

El concierto, entre canciones de Los Peces, Perro Flaco y alguna versión, se pasó en un suspiro y dejó además un par de momentos especiales, con la aparición de Rubén Pozo, primero, para compartir «Déjame vivir», canción compuesta por el ex Pereza e incluida en el segundo disco de Los Peces, y, después, para subirse improvisadamente al escenario cuando Clara y David decidieron sorprenderle con una versión de «Pirata» (incluida en Aviones, último álbum de estudio de Pereza).

No sé si se volverá a repetir -aunque espero que sí – pero sí sé que fue un regalo poder volver durante un ratito, una mañana de enero de 2025, a aquellos días, a aquellas canciones, a aquellos recuerdos. Y reencontrarnos. Y disfrutarlo. Como entonces. De eso se trata, ¿no?