De Granada a Madrid con Zahara (25-27.05.2012)

Viernes. Noche primaveral en Granada. Faltan apenas diez minutos para la hora oficial de apertura de puertas y ya hay una buena cola a las puertas de la sala Boogaclub. Parece que a los pies de la Alhambra hay muchas ganas de Zahara.

En Madrid, sin embargo, es una agradable tarde de domingo. Atípica, eso sí, por lo inusual de la hora, algo que, además, se nota a las puertas de Clamores. Son casi las 18.30, falta apenas media hora para que empiece el concierto, y hay aún más bien poco movimiento. El cuerpo, a medio camino entre una larga sobremesa dominical y unas cañas tempraneras, parece pedir más un café que una copa. Tal vez por eso lo primero que nos encontramos al entrar a la sala son unas cajas con bollos y pastas, cortesía de la ubetense.

A las puertas de Boogaclub van pasando los minutos de una espera que se alarga más de lo previsto. Cuando por fin entramos, nos encontramos con la sala ligeramente por encima del medio aforo. Para ver a la ubetense, además, nos va a tocar esperar aún un poco más, ya que la noche la abre Felipe Garrido, que tras pasar por varias formaciones (Colorhada, Elfindelmundo, Doler) se lanza en solitario con el nombre de FE. Sobre el escenario, armado con su guitarra, defiende sus temas con corrección, pero no llega a conectar con la mayoría del público asistente, que anhela la salida de Zahara a escena.

Aunque en Madrid se va a presentar sola, aquí llega escudada por Sergio Sastre, que va a proteger el flanco derecho, guitarra eléctrica en ristre, durante prácticamente toda la actuación.  Aparecen sobre las tablas y nada de tirar de repertorio nuevo; esta noche Zahara decide poner las cuerdas vocales del personal a trabajar a buen ritmo desde el principio. Suena “En la habitación”. Finalizado el tema, un momento para recordar la última vez que había actuado en la misma sala, pero no con los temas con los que la hemos conocido la mayoría, sino con una banda de jazz. Y es que en seis años pueden cambiar muchas cosas. Entre el recuerdo a ese cuarteto de jazz, con el que dice que se destrozó la voz –“Era malísima”-, se cuela el cariño que le tiene a una ciudad que durante un puñado de años fue su casa. El calor. La emoción de volver.

Ahí, en el arranque, es donde nos encontramos uno de las pocos cambios entre las dos citas, ya que para el público de Clamores la tarde va a empezar, como en La Pareja Tóxica, por el principio de todo, con la rubia Zahara arrancándole a su acústica los primeros acordes de “El universo”. En el grueso del concierto no va a haber gran diferencia entre ambas ciudades; apenas un par de cambios en un repertorio en el que la ubetense alterna los temas nuevos con alguna canción “viejuna” mientras, entre medias, cuenta anécdotas e historias que muchos ya conocen. Ella lo sabe y, en un momento dado, en medio de una ristra de agradecimientos, se acordará también de aquellos que tripiten y cuatripiten y que van casi casi recitando sus pequeños monólogos con ella.

Desde el primer minuto, la comunicación con el público es continua. También lo son las risas y los aplausos. Tanto que ella le da una advertencia al público madrileño: “No me aplaudáis, que me crezco”. La reacción llega en forma de más aplausos. “Tenéis un instrumento muy peligroso y –por lo que veo- sabéis usarlo. Tened cuidado”. Pero nadie le va a hacer mucho caso.

Aunque llega pronto, “Del invierno” trae consigo uno de los momento más intensos. En Granada, Zahara confiesa que es su favorita; en Madrid, se le quiebra la voz; se emociona; emociona. Los conciertos empiezan tranquilos; tristes; “de bajona”. Es premeditado. “Tuve un mal año,” dirá la de Úbeda cuando explique que ha planeado el repertorio con dos mitades claramente diferenciadas. Primero llegan el drama, la rabia –aunque algo se guardará para el tramo final- y la desazón –“Está siendo un poco corta venas”-; pero luego, promete, llegará el subidón.

Justo en el tramo final de esa primera parte llega otra de las diferencias. Mientras en Madrid la canción elegida para acabar con el drama es “Frágiles”, en Granada se queda con “Adiós”,  compuesta, según cuenta, muy cerquita de allí, y que enlaza con un momento bastante curioso, cuando al final de “Tú me llevas, el público granadino termina cantando “Feliz Navidad” al ritmo que marca Zahara con los cascabeles.

Se acabó el drama. “Preparaos porque viene la parte de subidón”. Aunque enseguida nos contará que es un falso subidón. “Mariposas”, aparentemente optimista, es en realidad una canción de desamor. Da además pie a un interesante monólogo que acaba con la petición de que cantemos con ella, “pero sólo en los estribillos; las estrofas son para lucimiento personal”. Al final, ella enloquece sobre las tablas y nos lo contagia y acabamos todos repitiendo en bucle aquello de “¿Cómo pudo suceder?”.

(Video de FelipeNavarroRodenas)

Cuando le llega el turno a “Leñador y la Mujer América” no podemos evitar acordarnos de nuevo de aquella primera vez en el Retiro. Nos presentaba entonces un tema del que siempre cuenta que las primeras reacciones no fueron lo que esperaba. Ella, entusiasmada con la primera canción que terminaba después de un tiempo de sequía, que, aunque breve, era directa y clara –“digo todo lo que quiero decir, claro y no necesito repetirlo”-, corrió a enviársela a Universal (“Muchas gracias, Zahara, pero, ¿puedes mandarnos la canción entera?”), a su madre (“Qué bonita, María Zahara. Pero, ¿de qué trata?”) y, finalmente, a su padre (“Hija, ¿qué estás fumando últimamente”).  Y sí, la canción es breve, pero a juzgar por la respuesta del público, poco parece importar.

Dos intensos minutos después, le llega el turno a una versión. Tira, como viene siendo habitual, de Grease, aunque amenaza con acordarse de Paloma San Basilio si insistimos mucho. En Madrid vuelve entonces a salirse del guión seguido en Boogaclub y, tras preguntarnos si queremos una viejuna, le dedica a todos nuestros enemigos “Photofinish”. Va a ser la última variante de un repertorio que transcurre ya paralelo hasta el final en las dos ciudades.

Se está acercando, además, el final y nos lo avisa. Aunque –advierte- va a ser de mentirijilla. Para antes del pequeño paripé se ha reservado dos momentos de karaoke colectivo, que es en lo que se convierten ambas salas cuando nos recuerda la historia de la chica que perdió un avión y a la que después alguien decidió convertir en banda sonora de las sobremesas estivales mientras le llovían cubos de agua. Entre «Merezco» y «Funeral» llega el delirio; es la antesala perfecta a ese tremendo ejercicio de rabia y crudeza que es “Camino a L.A.”, la canción que más sorprende de “La pareja tóxica” y quizá también la más difícil de asimilar porque está a años luz de la dulzura con la un día -hace ya un tiempo- se nos presentó Zahara. Es el fruto, como nos confiesa ella, de un gran disgusto, de un puñado de cosas feas a las que fue incapaz de responder en vivo y en directo. A juzgar por el resultado final, seguro  que a los destinatarios les ha llegado el mensaje. Alto y claro.

Se supone que ha llegado el final. El de mentirijilla, claro. Y para enfatizarlo, en Clamores Zahara se queda en un lateral del escenario, aplaudiendo, vitoreando y sumándose a los gritos de “Otra, otra”. No tarda en volver a colocarse frente al micro. Se cuelga la guitarra y recuerda que hubo un tiempo en el escribía canciones de amor, que no todo fue siempre drama. Es el momento de “Olor a mandarinas” y de una nueva versión. Esta última dice que hace mucho que no la toca y sólo en los últimos tres o cuatro conciertos se ha atrevido a recuperarla; que le cuesta tocarla entera sin equivocarse. “Es tan grande que me supera,” confiesa justo antes de que empiece a sonar “Lucha de gigantes”.

Ahora ya sí que no queda nada. Desaparece del escenario, aunque todo hace pensar que esta vez tampoco es la definitiva. No defrauda y reaparece en escasos segundos. Esta vez, sin embargo, ya no coge la guitarra. Y está totalmente sola sobre las tablas, tanto en Madrid como en Granada, cuando dice que no siempre le apetece cantarla; que le recuerda a su hogar, a su gente, a lo que dejó atrás. Y así, ojos cerrados y todo sentimiento, regala como fin de fiesta “Ojos verdes”.

Y los conciertos se acaban. En Granada el post-concierto se alarga, mientras Zahara charla con unos y otros, sin prisas, de manera distendida. En la capital, sin embargo, el ambiente no es tan calmado, en una sala en la que en poco más de una hora hay otro concierto previsto. Por eso la de Úbeda le pone un punto de velocidad, y firma, sonríe, saluda, intentando llegar a todos. No quiere que nadie se quede con las ganas. Así, desde luego, imposible.

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